Hablar no sólo con Dios, sino de Dios en el día de la solemnidad de la Santísima Trinidad. Los ateos dicen que el ser humano es el fruto del azar… El marxismo lo reduce a un dato económico, a una fuerza de producción, a un animal que tiene la capacidad de inventar las razones de su existencia. La sociedad actual lo convierte en un consumidor cuya salvación depende únicamente de que se reactive la economía y se resuelva la crisis. El Evangelio nos dice que somos hijos e hijas amadísimos de un Padre lleno de ternura.
Cuenta una leyenda que un joven enamorado llama a la
puerta de su amada. Ella le pregunta:
– “¿Quién es?”.
Él contesta:
– “Soy yo”.
Pero ella le dice con dureza:
– “¡Vete!”
El joven se aleja profundamente enfadado y promete
olvidarla para siempre. Viaja a lo largo del mundo, pero no consigue olvidarla.
El amor lo lleva de nuevo a la puerta de su amada. Y se produce el mismo
diálogo que la primera vez. Sólo que esta vez ella añade esta frase misteriosa:
– “Tú no me dices la única palabra que me permitiría
abrirte la puerta”.
El joven marcha enfadado e intrigado. Esta vez no
busca olvidar con largos viajes. Su amor apasionado lo lleva a buscar rincones
solitarios para meditar largamente. Poco a poco la rabia y la pasión van dando
paso a la sabiduría. Su amor es cada vez menos vehemente y más profundo. Han
pasado varios años, vuelve tímido, humilde y todavía más enamorado. Llama
discretamente a la puerta de su amada. Su voz pregunta:
— ¿Quién es?
El joven contesta en voz muy baja:
— SOY TÚ
E inmediatamente se abrió la puerta.
Es una leyenda oriental que como tantas otras nos
ayudan a imaginar realidades imposibles de definir con nuestras pobres
palabras, pero que nos ayudan un poco.
Efectivamente, Dios ha querido que le amemos de tal
manera que, cuando al final de nuestra vida, llamemos a su puerta, podamos
decirle:
— SOY TU. Soy Tú en mi. Soy yo en Ti.
Todo sería distinto si nos sintiéramos verdaderamente
amados por Dios. Sólo quien se sabe amado puede amar. El misterio de Dios, el
misterio de la Trinidad se reduce a la afirmación bíblica: “Dios es amor”. Este
es el misterio de Dios.
De "SHEMÄ"
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