D. Francisco del Campo Real, Canónigo de la S.I. Catedral de Ciudad Real, Penitenciario, Delegado para la Causa de los Santos, Historiador....que me honra con su amistad, y muy conocido y admirado por mis amigos, ha intervenido en algunas de las predicaciones del novenario de la la Virgen del Prado, Patrona de Ciudad Real que se celebra en recuerdo de su aparición el 25 de mayo de 1088 y renovando el Voto de Fidelidad de la Ciudad a su Patrona.
En el octavo día de ese novenario de este 2013, D.Francisco ha pronunciado la siguiente homilía:
"LA VIRGEN Y EL PAPA FRANCISCO
Fidelidad,
sí, porque María, la Virgen Fiel nos da la salvación, es nuestra salud, porque es la SIN PECADO,
única enfermedad que nos aparta de la Salvación. Jesucristo, con su Pasión,
Muerte y Resurrección, nos trae la salvación, nos dona la gracia y la alegría
de ser hijos de Dios, de llamarlo en verdad con el nombre de Padre. Y María,
Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa del Espíritu Santo está siempre
de continuo a nuestro lado como Madre nuestra, animando, consolando y
confortándonos.
Quince son los rasgos, según el Papa
Francisco, que nos dicen lo que es la Virgen María. No descenderé a todos por
motivo de brevedad:
“María
es madre y una madre se preocupa
sobre todo por la salud de sus hijos, sabe
cuidarla siempre con amor grande y tierno. La Virgen custodia nuestra salud. ¿Qué
quiere decir esto? Pienso sobre todo en tres aspectos: nos ayuda a crecer,
a afrontar la vida, a ser libres.Sencilla, clara y eficaz pedagogía del
Papa Francisco.
1. Una
mamá ayuda a los hijos a crecer y quiere que crezcan bien, por ello los educa
a no ceder a la pereza – que también se deriva de un cierto bienestar – a no
conformarse con una vida cómoda que se contenta sólo con tener algunas cosas.
La mamá cuida a los hijos para que crezcan más y más, crezcan fuertes, capaces
de asumir responsabilidades, de asumir compromisos en la vida, de tender hacia
grandes ideales. El Evangelio de san Lucas dice que, en la familia de Nazaret,
Jesús “ iba creciendo y se fortalecía,
lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él ” (Lc 2, 40). La Virgen
hace precisamente esto con nosotros, nos ayuda a crecer humanamente y en la fe,
a ser fuertes y a no ceder a la tentación de ser hombres y cristianos de una
manera superficial, sino a vivir con responsabilidad, a tender cada vez más
hacia lo alto.
2. Una
mamá además piensa en la salud
de sus hijos, educándolos también a afrontar las dificultades de la vida. No se
educa, no se cuida la salud evitando los problemas, como si la vida fuera una
autopista sin obstáculos. La mamá ayuda a los hijos a mirar con realismo los problemas de la vida y a no perderse en ellos, sino a afrontarlos
con valentía, a no ser débiles,
y saberlos superar, en un sano
equilibrio que una madre “siente” entre las áreas de seguridad y las zonas de
riesgo. Y esto una madre sabe hacerlo. Lleva al hijo no siempre sobre el camino
seguro, porque de esta manera no puede crecer. Pero tampoco solamente sobre el
riesgo, porque es peligroso. Una madre sabe equilibrar estas cosas. Una vida
sin retos no existe y un chico o una chica que no sepa afrontarlos poniéndose
en juego ¡no tiene columna vertebral!
Recordemos la parábola del buen samaritano:
Jesús no propone la conducta del sacerdote y del levita, que evitan socorrer al
hombre que había caído en manos de ladrones, sino el samaritano que ve la situación de ese hombre y la
afronta de una manera concreta. María ha vivido muchos momentos no fáciles
en su vida, desde el nacimiento de Jesús, cuando para ellos “no había lugar
para ellos en el albergue” (Lc 2, 7), hasta el Calvario (cfr. Jn 19, 25). Y
como una buena madre está cerca de nosotros, para que nunca perdamos el valor
ante las adversidades de la vida, ante nuestra debilidad, ante nuestros
pecados: nos da fuerza, nos muestra el camino de su Hijo.
Jesús en la cruz le dice a María,
indicando a Juan: “¡Mujer, aquí tienes a
tu hijo!” y a Juan: “Aquí tienes a
tu madre”(cfr. Jn 19, 26-27). En este discípulo todos estamos representados: el Señor nos confía en las manos llenas
de amor y de ternura de la Madre, para que sintamos que nos sostiene al
afrontar y vencer las dificultades de nuestro camino humano y cristiano. No tener miedo de las dificultades.
Afrontarlas con la ayuda de la madre.
3. Un último aspecto: una buena mamá no sólo acompaña a los niños
en el crecimiento, sin evitar los problemas, los desafíos de la vida, una buena
mamá ayuda también a tomar las decisiones definitivas con libertad. Esto no
es fácil. Pero una madre sabe hacerlo, en este momento en que reina la
filosofía de lo provisorio. Pero, ¿qué
significa libertad?
Por cierto, no es hacer todo lo que uno quiere, dejarse dominar por las
pasiones, pasar de una experiencia a otra sin discernimiento, seguir las modas del momento; libertad no significa, por así decirlo,
tirar por la ventana todo lo que no nos gusta. La libertad se nos dona ¡para que sepamos optar por las
cosas buenas en la vida! María como buena madre nos educa a ser, como Ella,
capaces de tomar decisiones definitivas,
con aquella libertad plena con la que respondió “sí” al plan de Dios para su
vida (cfr. Lc 1, 38).
Queridos hermanos y hermanas, ¡qué difícil es, en nuestro tiempo, tomar
decisiones definitivas! Nos seduce lo provisorio. Somos víctimas de una
tendencia que nos empuja a lo efímero… ¡como si deseáramos permanecer
adolescentes para toda la vida! ¡No tengamos miedo de los compromisos
definitivos, de los compromisos que involucran y abarcan toda la vida! ¡De esta
manera, nuestra vida será fecunda! Y ¡esto
es libertad! Tener el coraje de tomar decisiones con grandeza.
Toda la existencia de María es un himno a la vida, un himno de amor a la vida: ha generado a Jesús en la carne y ha acompañado el nacimiento de la Iglesia en el Calvario y en el Cenáculo. La Salus Populi Romani es la mamá que nos dona la salud en el crecimiento, para afrontar y superar los problemas, en hacernos libres para las opciones definitivas; la mamá que nos enseña a ser fecundos, a estar abiertos a la vida y a ser cada vez más fecundos en el bien, en la alegría, en la esperanza, a no perder jamás la esperanza, a donar vida a los demás, vida física y espiritual.
Es lo que te pedimos esta tarde, Oh
María (Salus Populi Romani, para el pueblo de Roma), para todos nosotros:
dónanos la salud que sólo tú puedes donarnos, para ser siempre signos e
instrumentos de vida”.
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