Lucas 2, 1-14
La gran noticia de la Historia Universal, la que más
beneficios trajo a los hombres, fue el Nacimiento del Hijo de Dios en carne
mortal. ¡Y sólo unos pocos se enteraron!
¡Dios está entre
nosotros!
No faltarán aguafiestas que suelten por sus bocas rayos y
truenos contra el sentido religioso, familiar y festivo de la Navidad. Es
asombroso. Es como si a los amargados, desencantados de la vida, a los tristes
por opción o profesión, les fastidie que una gran mayoría de personas “normales”
celebren y disfruten del recuerdo del Nacimiento del Hijo de Dios.
- ¿Por qué os felicitáis, idiotas?
- ¿Por qué os enviáis tarjetas de felicitación?
- ¿Por qué tantos villancicos, y comidas, y rollos
patateros?
Y muchas veces los culpables de estos gritos de los
aguafiestas la tenemos los mismos cristianos porque no contagiamos con alegría
evangélica.
Aún en Navidad nos ven
gruñones, descontentos, insatisfechos con nuestra vida y hasta con Dios. No
nos ven con el corazón festivo. ¿Dónde comenzó Jesús sus milagros? En una
fiesta, convirtiendo el agua en vino exquisito. Los cristianos tenemos que ser
el vino exquisito de la Navidad en el mundo.
En los edificios de Moscú, después de la Revolución de
Octubre 1917, pusieron unas gigantescas pancartas con eslóganes antireligiosos:
“La religión es el opio del pueblo”.
Un mandamás del partido le preguntó a un labrador que opinaba. El hombre le
dijo: “Cuando tengo un gran dolor voy al médico, me da unas gotas de opio y se
me va el dolor. Cuando me siento triste, la vida se hace insoportable, voy a la
Iglesia y salgo nuevo”.
Los cristianos tenemos que ser gotas del amor de Dios que
alegren a nuestra sociedad, que endulcen tantas vidas amargadas por pesimismo.
¡¡Feliz nacimiento de nuestro Salvador!!
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