domingo, 16 de junio de 2013

La homilía de Don Julian, domingo 11 del T.O. 16 de junio de 2013


Lc 7, 36-8,3:
Ungir los pies de Cristo con nuestro arrepentimiento.
Jesús aceptó la invitación a comer de “un fariseo”.
¿Quiénes son los fariseos? Eran un grupo de judíos en la época de Jesús que se tenían por los más buenos y cumplidores de la Ley. “Fariseo” quiere decir “separado”. ¡Somos mejores y conocemos la Torah mejor que nadie! – decían. Pusieron tantas leyes envolviendo los Mandamientos, que era imposible cumplir. En total elaboraron 613 normas, 248 preceptos y 365 prohibiciones. Chocaban con frecuencia con Cristo.
¿Por qué éste fariseo puso tanto interés en que Jesús fuese a comer a su casa? Nadie lo sabe, pero aquella casa olía a rancia, a orgullo, a soberbia y una pecadora la perfumará con su arrepentimiento, con su corazón contricto hecho visible en perfume y lágrimas sobre los pies de Cristo.
Jesús, a través de una pecadora, pone en la casa de este fariseo buen olor y luz. El buen olor del arrepentimiento y la luz del perdón de los pecados.
El perdón es luz, el arrepentimiento perfume. ¿Quién de nosotros no necesitamos las dos cosas?
Un ciego fue a la casa de un amigo a cenar. El ciego iba por la calle con una linterna encendida. El amigo le preguntó: “Tú eres ciego. ¿Por qué llevas linterna si no te sirve para nada?”. El ciego le respondió: “A mí no me sirve para nada, pero a los demás sí, pues así evito que se tropiecen conmigo y caigan”.
¡Qué extraordinario! Hay que evitar caer, caer en el pecado, pero también evitar que los demás caigan por nuestra culpa. un cristiano normal, como nosotros, tenemos que ir por la vida iluminando oscuridades y evitando ser causa de tropiezo. ¡Que nadie sea menos bueno por nuestra influencia!
“Debemos pensar frecuentemente los pecados que cometimos: al recordarlos, llorar; y llorando, borrarlos” (San Gregorio Magno).
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.

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