viernes, 18 de abril de 2014

VIERNES SANTO. La homilía de Don Julián

Viernes Santo


Pasión según san Juan.
¡Silencio, guardad silencio! Jesús está muriendo y desde la cruz nos está diciendo que nos perdona.
Mil veces os diré: “La liturgia no es simple recuerdo, la liturgia es actualización. Aquí, en estos momentos, en este templo de san Fernando, Cristo está muriendo y nos está ofreciendo su amor redentor.
¡Silencio, guardad silencio! Si vuestra mente y vuestro corazón lo ponéis a contemplar el misterio que estamos viviendo, la Pasión que terminamos de leer la sentiréis como si aquí estuviese ocurriendo y contemplando con vuestros propios ojos. ¡Mira a tu corazón, quizás haya sido salpicado con la Sangre del Nazareno!
¡Silencio, guardad silencio! Ahora y hoy nos llega a nuestros oídos lo anunciado por el profeta Isaías 7 siglos antes de que sucediera: “… no parecía hombre, era horroroso… daba asco, miedo mirarle… torturado que superaba a todas las torturas…” ¡Sin apariencia de hombre, como un gusano pisado revolcado en el polvo!” ¿Y por qué? ¿Por qué Jesús sufre y muere así? Porque se ha hecho responsable de los pecados de todos los hombres, de todas las personas de todos los tiempos.
- ¡Señor! ¿Quién te ha crucificado? ¿Te he torturado y asesinado yo?
- ¡No! Tu no, tú no eres responsable, han sido tus pecados, tus debilidades.
- ¡Entonces he sido yo! ¡Yo te he clavado en la Cruz! ¡Yo te he matado para limpiarme de mis suciedades! “El que no tenía pecado, nosotros se hizo pecado, maldición, castigo de Dios”.
Ahora comprendo, Señor. Tú, Jesús, eres el pararrayo de la humanidad, en Ti descargaron todos los rayos de la era divina para librarnos a nosotros, en vez de sucumbir nosotros has preferido sufrirlo Tú.
¡Silencio, guardad silencio! Contemplar a Jesús sufriendo agonizante. Ahora, Jesús, representa a los que sufren, a los humillados, a los que se retuercen por enfermedades incurables, a los niños inocentes que mueren por el egoísmo de sus mayores.
¡Silencio, guardad silencio! Escuchad y guardad estas siete palabras salidas del corazón de Jesús, del Hijo de Dios, como peticiones a Dios Padre y ofrendas a todos los hombres.
  1. ¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!”
No hay odio, ni resentimiento, ni venganza. Nosotros haríamos añicos a nuestros enemigos, el que podía pedir al Padre que mandara desde el cielo fuego que terminara con sus falsos acusadores, con sus crueles verdugos… pide perdón al Padre y justifica la crueldad de los hombres.
  1. ¡Acuérdate de mí cuando estés en tu reino!”. “Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso”.
Un ladrón, quizás un asesino, en el momento justo cae en la cuenta de que toda persona que mire a Cristo y lo vea como Salvador, puede aspirar al Paraíso, a estar con Cristo en el cielo. Toda petición del ladrón Dimas y la respuesta de Jesús Nazareno, es el mayor ejemplo.
  1. ¡Ahí tienes a tu madre, ahí tienes a tu hijo!”
Lo único que le quedaba a Jesús era su madre. Ella era su amor, su ternura, modelo de entrega a Dios y a Él, su hijo. Y quiere que su Madre sea herencia para toda la Humanidad. Ya no habrá nadie huérfano/a. Su Madre será nuestra Madre.
  1. ¡Tengo sed!”
Los ajusticiados en cruz, por el derramamiento de sangre, por la fiebre tan alta… sentían ansias de agua… y Jesús susurra: “¡Tengo sed!”. Jesús pone voz a los que gritan que tienen sed de amor porque nadie les ama. Tienen sed de cultura porque nadie les da los medios para adquirirla. Tienen sed de afecto, de justicia, de salud de sus almas y de sus cuerpos.
  1. ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”
Es un grito misterioso. ¿Lo ha abandonado Dios? ¡No! Pero Jesús tenía que sentir y padecer el dolor de la soledad. La prueba de la soledad es tremenda. La fe se eclipsa, la esperanza se oscurece y el abandono se adueña de la mente. ¡Dios mío, sé que estás ahí, pero mis ojos no te ven y mis angustias se aceleran! En estos momentos sólo el amor saca al hombre del pozo oscuro de la angustia y abandono.
  1. ¡Todo se ha cumplido!”
¡Qué hermosa es la vida de cualquier persona que a la hora de la muerte y regresar a los brazos de Dios puede decir: «¡Todo se ha cumplido! Señor, ante ti, a quien nadie puede engañar, te digo: ¡he intentado cumplir y vivir en tus mandamientos, siempre he deseado, Señor, seguir tus senderos! ¡No sé si lo he conseguido o no, pero Tú, Señor, sabes de mis esfuerzos y que te quiero»!
  1. ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!”
¿Será ésta la última frase que salga de nuestros labios en nuestro último aliento humano y el primero al ser abrazados por Dios en el Cielo? ¿Qué vamos dejando por donde vamos pasando? ¿Dejamos amor, comprensión, bondad, sonrisas y buenos gestos? ¿Trabajamos aquí en la Tierra el amor, la fe, la esperanza? Que nuestro último grito sea: ¡Señor, he hecho todo lo que he podido hacer, y he intentado hacerlo bueno!


No hay comentarios:

Publicar un comentario