Viernes Santo
Pasión según san Juan.
¡Silencio, guardad silencio! Jesús
está muriendo y desde la cruz nos está diciendo que nos perdona.
Mil veces os diré: “La liturgia no
es simple recuerdo, la liturgia es actualización. Aquí, en
estos momentos, en este templo de san Fernando, Cristo está muriendo
y nos está ofreciendo su amor redentor.
¡Silencio, guardad silencio! Si
vuestra mente y vuestro corazón lo ponéis a contemplar el misterio
que estamos viviendo, la Pasión que terminamos de leer la sentiréis
como si aquí estuviese ocurriendo y contemplando con vuestros
propios ojos. ¡Mira a tu corazón, quizás haya sido salpicado con
la Sangre del Nazareno!
¡Silencio, guardad silencio! Ahora y
hoy nos llega a nuestros oídos lo anunciado por el profeta Isaías 7
siglos antes de que sucediera: “… no parecía hombre, era
horroroso… daba asco, miedo mirarle… torturado que superaba a
todas las torturas…” ¡Sin apariencia de hombre, como un gusano
pisado revolcado en el polvo!” ¿Y por qué? ¿Por qué Jesús
sufre y muere así? Porque se ha hecho responsable de los pecados de
todos los hombres, de todas las personas de todos los tiempos.
- ¡Señor! ¿Quién te ha crucificado?
¿Te he torturado y asesinado yo?
- ¡No! Tu no, tú no eres responsable,
han sido tus pecados, tus debilidades.
- ¡Entonces he sido yo! ¡Yo te he
clavado en la Cruz! ¡Yo te he matado para limpiarme de mis
suciedades! “El que no tenía pecado,
nosotros se hizo pecado, maldición, castigo de Dios”.
Ahora comprendo, Señor. Tú, Jesús,
eres el pararrayo de la humanidad, en Ti descargaron todos los rayos
de la era divina para librarnos a nosotros, en vez de sucumbir
nosotros has preferido sufrirlo Tú.
¡Silencio, guardad silencio!
Contemplar a Jesús sufriendo agonizante. Ahora, Jesús, representa a
los que sufren, a los humillados, a los que se retuercen por
enfermedades incurables, a los niños inocentes que mueren por el
egoísmo de sus mayores.
¡Silencio, guardad silencio! Escuchad
y guardad estas siete palabras salidas del corazón de Jesús, del
Hijo de Dios, como peticiones a Dios Padre y ofrendas a todos los
hombres.
- “¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!”
No hay odio, ni resentimiento, ni
venganza. Nosotros haríamos añicos a nuestros enemigos, el que
podía pedir al Padre que mandara desde el cielo fuego que terminara
con sus falsos acusadores, con sus crueles verdugos… pide perdón
al Padre y justifica la crueldad de los hombres.
- “¡Acuérdate de mí cuando estés en tu reino!”. “Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso”.
Un ladrón, quizás un asesino, en el
momento justo cae en la cuenta de que toda persona que mire a Cristo
y lo vea como Salvador, puede aspirar al Paraíso, a estar con Cristo
en el cielo. Toda petición del ladrón Dimas y la respuesta de Jesús
Nazareno, es el mayor ejemplo.
- “¡Ahí tienes a tu madre, ahí tienes a tu hijo!”
Lo único que le quedaba a Jesús era
su madre. Ella era su amor, su ternura, modelo de entrega a Dios y a
Él, su hijo. Y quiere que su Madre sea herencia para toda la
Humanidad. Ya no habrá nadie huérfano/a. Su Madre será nuestra
Madre.
- “¡Tengo sed!”
Los ajusticiados en cruz, por el
derramamiento de sangre, por la fiebre tan alta… sentían ansias de
agua… y Jesús susurra: “¡Tengo sed!”. Jesús pone voz a los
que gritan que tienen sed de amor porque nadie les ama. Tienen sed de
cultura porque nadie les da los medios para adquirirla. Tienen sed de
afecto, de justicia, de salud de sus almas y de sus cuerpos.
- “¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”
Es un grito misterioso. ¿Lo ha
abandonado Dios? ¡No! Pero Jesús tenía que sentir y padecer el
dolor de la soledad. La prueba de la soledad es tremenda. La fe se
eclipsa, la esperanza se oscurece y el abandono se adueña de la
mente. ¡Dios mío, sé que estás ahí, pero mis ojos no te ven y
mis angustias se aceleran! En estos momentos sólo el amor saca al
hombre del pozo oscuro de la angustia y abandono.
- “¡Todo se ha cumplido!”
¡Qué hermosa es la vida de cualquier
persona que a la hora de la muerte y regresar a los brazos de Dios
puede decir: «¡Todo se ha cumplido! Señor, ante ti, a quien nadie
puede engañar, te digo: ¡he intentado cumplir y vivir en tus
mandamientos, siempre he deseado, Señor, seguir tus senderos! ¡No
sé si lo he conseguido o no, pero Tú, Señor, sabes de mis
esfuerzos y que te quiero»!
- “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!”
¿Será ésta la última frase que
salga de nuestros labios en nuestro último aliento humano y el
primero al ser abrazados por Dios en el Cielo? ¿Qué vamos dejando
por donde vamos pasando? ¿Dejamos amor, comprensión, bondad,
sonrisas y buenos gestos? ¿Trabajamos aquí en la Tierra el amor, la
fe, la esperanza? Que nuestro último grito sea: ¡Señor, he hecho
todo lo que he podido hacer, y he intentado hacerlo bueno!
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