Domingo. II Navidad (5 Enero 2014).
Juan 1, 1-18
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Me llamáis Luz
y no me creéis
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Me llamáis Camino
y no me recorréis
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Me llamáis Maestro
y no me seguís
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Me llamáis Señor
y no me servís
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Decís que soy rico
y no me pedís
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Decís que soy Misericordioso
y no confiáis en Mí.
Si no crees en la Palabra de Dios, ¿en qué palabra crees? Si
no crees en Dios, ¿en qué dioses crees y adoras?
Y si crees en Dios, ¿por qué pasas de Él?
Hoy las palabras son sólo palabras. ¿Quién puede fiarse de
las palabras? Antes tenían rango de pacto, hoy pueden ser sólo engaño.
Miguel de Unamuno escribía en 1907: “Mi religión es buscar
la verdad. Y si creo en Dios, o por lo menos, creo creer en Él, es, ante todo,
porque quiero que Dios exista y, después, porque se me revela por vía cordial…
Y me pasaré la vida luchando con el misterio… porque esa lucha es mi alimento y
mi consuelo”.
La verdad es Jesucristo. El misterio que escapa a toda
razón, es que es Dios y Hombre verdadero. ¿Por qué Dios se hace Hombre? ¿Por
qué Jesús, Dios y Hombre, tiene que cargar con los pecados de los hombres? ¿Qué
mérito han hecho los hombres para ser amados por Dios de tal manera que se
“rebaje a ser Hombre, nacer como pobre en un establo, ser incomprendido y
llevado al suplicio de la Cruz? ¡Es un misterio! Sólo lo medio entenderán los
corazones y mentes de los que amen sin límites. ¿Qué podemos decir nosotros?
¿Qué “seguiremos luchando con el misterio”? ¡No contra el misterio, sino con el
Misterio hasta hacerlo sangre de nuestra sangre!
Anunciemos al mundo que la PALABRA de Dios habita entre
nosotros, o como decía Tertuliano: “La carne es el quicio a través del cual nos
viene la salvación”. Jesús es un dulce misterio que se revela a los corazones
que miran a Dios y cuidan a los débiles.
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