22 T.O. (1 Septiembre)
Lc 14, 1. 7-14
¡Mira qué asiento
ocupas!
“… cuando te conviden a una boda no te sientes en el
principal puesto… todo el que se enaltece será humillado…”.
En la vida nos encontramos con personas y situaciones
ridículas, pero ridículo y de pena es ver a una persona que se cree más que los
demás o con derecho a sobresalir por encima del resto. ¡Son pura hojarasca! y
además lame cargos.
Sentado en su nueva oficina, un
abogado recién graduado esperaba su primer cliente. Al escuchar que la puerta
se abría, rápidamente levantó el teléfono para hacer creer que estaba muy
ocupado. El visitante pudo escuchar al joven abogado decir:
-“Manuel, volaré a Nueva York
para ver si resuelvo el caso del cliente aquel. Parece que esto va a ser algo
grande y más difícil de lo que pensábamos. También necesitamos traer al experto
americano, Mr. Craig, para que nos dé su opinión sobre este asunto tan importante”.
Y, de pronto, interrumpió su presunta conversación con estas palabras:
-“Manuel, perdona, espera un
momentito porque alguien acaba de llegar”. Y cortó.
Dirigiéndose entonces al hombre
que acababa de entrar, preguntó el abogado: -“Bien, ¿en qué puedo ayudarle?”.
Con una gran sonrisa, entre pícara y maliciosa, el hombre contestó: -“Yo sólo
he venido a instalar el servicio a su teléfono, señor”.
¡Vaya chasco, amigo! Quiso ser
como el pavorreal y se quedó “haciendo el oso”. ¡Qué estúpida es la vanagloria
y cuán necio el deseo de impresionar a los demás! Muchas gentes del mundo
tratan de “apantallar” a sus semejantes con supuestas obras grandiosas y fingen
ser lo que no son; se cubren el rostro con una máscara de catrín y pretenden
pasar por gente “importante”. Pero, en realidad, sólo se engañan a sí mismos y
terminan haciendo el ridículo, como los comediantes o los actores de una
pantomima. (¿Máscara o Pavorreal? es.catholic.net)
La sencillez y la humildad hacen grande a cualquier persona.
Los que van por la vida pavoneándose, pisando para sentarse en los primeros
puestos son como los que describe Tagore:
-
“Protegí contra el viento la lámpara, cubriéndola con
mi manto, pero la llama se apagó”.
-
Estreché la flor contra mi pecho, deseoso de amor y la
ajé sin querer.
-
Estreché el agua para que sólo fuese para mí y se me
secó la fuente.
-
Quise tocar una nota que mi carca no alcanzaba y se me
rompió la cuerda.
Estos nunca se exigen nada a ellos, pero exigen todo a los
demás, y así van apagando llamas, aplastando rosas, los manantiales los
convierten en ciénagas y rompiendo las cuerdas de las arpas. Quizás en su
locura por destacar, se digan: ¡Si no sé yo tocar el arpa que no pueda tocar
nadie!
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