domingo, 3 de enero de 2016

Comentario al Evangelio del domingo 3 de enero de 2016

César Rioja, cmf
Queridos hermanos:
Cuando vamos a un país extranjero, aunque no comprendamos la lengua, tenemos muchas cosas que nos dicen quién es ese pueblo: el arte, la música, los campos, los museos, las costumbres… a todo ello lo podríamos considerar palabras salidas de sus hombres. Hablar es sacar algo de sí hacia fuera y una palabra puede expresarse tanto por voces como por gestos o en el silencio. Con ella el hombre puede simbolizar, relacionarse, reflexionar, educar, amar, comunicar. La palabra en definitiva identifica, pone en acción, nos hace personas. ¿Entonces qué significa que el Evangelio de Juan nos diga: qué Jesús es la Palabra?
“Y la Palabra se hizo carne”, por medio de Jesús Dios se comunica con los hombres y revela cuáles son sus criterios, sus valores. Toda la vida de Jesús, palabras, actos, pensamientos, sentimientos, es una inmensa palabra que llena la tierra, es “la luz de los hombres”. Es la palabra auténtica, porque en él los pensamientos van acordes con los actos: perdona, proclama la justicia, habla del amor, vive la pobreza, la sinceridad… y se cumple. Todo él es Palabra de Dios “que acampó entre nosotros”, no es palabra que se la lleva el viento o se olvida, no es una idea o un concepto, es una persona de carne y hueso, que ha salido con su tienda para acampar al lado nuestro.
“Vino a su casa, y los suyos no la recibieron”, Jesucristo aparece como el mediador de la revelación y la salvación de Dios que puede ser aceptada o rechazada. La frase final de este prologo: “A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”, nos hace la introducción del Evangelio. Todo lo que viene detrás, los hechos, palabras, parábolas, milagros, no son más que la manifestación de Dios, por eso la necesidad de volver siempre al Evangelio, de escuchar la Palabra y hacerla vida en nosotros.
Los que solemos hablar demasiado en la liturgia, la catequesis, los sermones, los sacramentos, la escuela, la casa… podemos preguntarnos: ¿si somos Palabra? Una cosa es decir palabras, que casi nunca nos faltan, y otra es parecernos a la Palabra. Muchas de nuestras palabras están llenas de ruido, no nacen de dentro y es que la verdadera palabra nace del silencio. A medida que caminamos por la vida nos debemos ir haciendo palabra: nuestro cuerpo que crece es palabra, nuestros sentimientos hacia los demás son palabra, los actos concretos que hacemos son palabra.
La palabra nace de la experiencia no es racionalización que justifica nuestras comodidades, por eso se hace denuncia, anuncio, predicación, Buena Noticia. Debemos decir menos palabras y ser más Palabra. Necesitamos revisar el lenguaje de nuestras comunidades parroquiales, de nuestras homilías, de la educación cristiana, de la familia… para ver en qué medida expresan la verdad de la experiencia que vivimos o justifica cosas poco evangélicas. Hoy se nos invita a ser Palabra de Vida, a ser Palabra que ilumina, a ser Palabra que engendra vida.
“Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios”. Navidad es un buen tiempo para acoger la Palabra hecha niño, para comenzar a hablar un idioma distinto, el lenguaje de la ternura, de la misericordia, de un estilo de vida que sea luz para los hombres. Cuidemos las palabras que usamos con los hermanos más perdidos entre tantas mayúsculas y frases hechas; entre tantos heridos o náufragos de este sistema que controla y quiere una palabra única y políticamente correcta. Digamos palabras pequeñas, que nacen de la experiencia y susurran al oído o lanzan a los cuatro vientos, ecos que suenan a Evangelio. Como diría San Pablo a los Efesios: para eso hemos sido elegidos en la persona de Cristo.
Palabra…, pienso en Dios o en su Hijo.

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