28 Diciembre. Sagrada familia.
Lc 2, 22-40.
“La familia cristiana no puede buscar
tan sólo crear en su hogar un ambiente de amor, paz y ayuda mutua.
Aunque esto sea lo primero, no debe ser lo único, caería en el
egoísmo anti-evangélico. Jesús, María y José se dieron
plenamente a la causa del Reino. Los cristianos no sólo se casan por
la Iglesia, sino también para la Iglesia y para el mundo, dando
testimonio del Evangelio, luchando por hacer un mundo mejor, más
humano y más divino, a imagen de la familia de Dios” (Monseñor
Iniesta, obispo).
Hoy hay que dar vivas a las familias.
¿No es la familia el sustento de la sociedad? La familia es lugar de
equilibrio y crecimiento. Todos sabemos que la vida es una mezcla de
alegrías y de tristezas. Pero las alegrías son mayores cuando las
compartimos y las tristezas menores cuando tenemos al todo alguien
que nos ayuda a superarlas.
Cuando toda va bien, los jóvenes
exigen su independencia, dejan el hogar. Pero ante la enfermedad o
cuando las cosas se ponen mal, regresan al hogar.
La mano amiga
Una enfermera muy agradable,
sobrecargada con muchos pacientes a los que atender, vio a un joven
entrar en la habitación e, inclinándose sobre el paciente anciano,
que estaba muy grave, le dijo a voces:
Tu hijo está aquí.
Con gran esfuerzo, el anciano moribundo
abrió y cerró los ojos. El joven apretó la mano envejecida del
enfermo y se sentó a su lado.
Permaneció durante toda la noche,
sentado a su lado, sujetándole las manos y susurrándole al anciano
palabras de consuelo. Al amanecer el anciano murió. No obstante el
dólar, tenía una expresión de paz en el rostro arrugado por el
tiempo.
Inmediatamente, el equipo de empleados
del hospital entró en la habitación para retirar todos los aparatos
y las agujas. La enfermera se acercó al joven y comenzó a decirle
palabras de consuelo, pero él la interrumpió con una preguntó:
- ¿Quién era este hombre?
Asustada la enfermera dijo:
- ¡Yo creí que era su padre!
- No. No era mi padre – dijo el joven-. Yo jamás lo había visto.
- Pero, ¿por qué no me dijo nada cuando yo le dije a él que era su hijo? – preguntó la enfermera-.
- Me dí cuenta de que él necesitaba a su hijo y que éste se encontraba ausente. Y como estaba demasiado enfermero para reconocer a su hijo, decidí tomarle la mano para que se sintiera acompañado. Sentí que él me necesitaba.
Cuando la gente ande agobiada con
muchos problemas que resolver, no tiene tiempo ni siquiera de oír el
desahogo de un corazón afligido; un joven tuvo ojos para ver y oídos
para escuchar la llamada muda de un padre en el lecho del dolor. Es
muy triste vivir en soledad… Y más todavía no tener a nadie con
quien contar en el lecho de muerte (Ivani de Oliveira y Mario
Meireles).
.-o-O-o-.
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