domingo, 28 de diciembre de 2014

La homilía de don Julián para el domingo 28 de diciembre


28 Diciembre. Sagrada familia. Lc 2, 22-40.

“La familia cristiana no puede buscar tan sólo crear en su hogar un ambiente de amor, paz y ayuda mutua. Aunque esto sea lo primero, no debe ser lo único, caería en el egoísmo anti-evangélico. Jesús, María y José se dieron plenamente a la causa del Reino. Los cristianos no sólo se casan por la Iglesia, sino también para la Iglesia y para el mundo, dando testimonio del Evangelio, luchando por hacer un mundo mejor, más humano y más divino, a imagen de la familia de Dios” (Monseñor Iniesta, obispo).

Hoy hay que dar vivas a las familias. ¿No es la familia el sustento de la sociedad? La familia es lugar de equilibrio y crecimiento. Todos sabemos que la vida es una mezcla de alegrías y de tristezas. Pero las alegrías son mayores cuando las compartimos y las tristezas menores cuando tenemos al todo alguien que nos ayuda a superarlas.

Cuando toda va bien, los jóvenes exigen su independencia, dejan el hogar. Pero ante la enfermedad o cuando las cosas se ponen mal, regresan al hogar.

La mano amiga

Una enfermera muy agradable, sobrecargada con muchos pacientes a los que atender, vio a un joven entrar en la habitación e, inclinándose sobre el paciente anciano, que estaba muy grave, le dijo a voces:
Tu hijo está aquí.

Con gran esfuerzo, el anciano moribundo abrió y cerró los ojos. El joven apretó la mano envejecida del enfermo y se sentó a su lado.

Permaneció durante toda la noche, sentado a su lado, sujetándole las manos y susurrándole al anciano palabras de consuelo. Al amanecer el anciano murió. No obstante el dólar, tenía una expresión de paz en el rostro arrugado por el tiempo.

Inmediatamente, el equipo de empleados del hospital entró en la habitación para retirar todos los aparatos y las agujas. La enfermera se acercó al joven y comenzó a decirle palabras de consuelo, pero él la interrumpió con una preguntó:

  • ¿Quién era este hombre?

Asustada la enfermera dijo:

  • ¡Yo creí que era su padre!
  • No. No era mi padre – dijo el joven-. Yo jamás lo había visto.
  • Pero, ¿por qué no me dijo nada cuando yo le dije a él que era su hijo? – preguntó la enfermera-.
  • Me dí cuenta de que él necesitaba a su hijo y que éste se encontraba ausente. Y como estaba demasiado enfermero para reconocer a su hijo, decidí tomarle la mano para que se sintiera acompañado. Sentí que él me necesitaba.

Cuando la gente ande agobiada con muchos problemas que resolver, no tiene tiempo ni siquiera de oír el desahogo de un corazón afligido; un joven tuvo ojos para ver y oídos para escuchar la llamada muda de un padre en el lecho del dolor. Es muy triste vivir en soledad… Y más todavía no tener a nadie con quien contar en el lecho de muerte (Ivani de Oliveira y Mario Meireles).


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