lunes, 8 de diciembre de 2014

La homilía de Don Julián para el 8 de diciembre, la Purísima Concepción de María


Un poco de historia. 8 Diciembre. Inmaculada. Lc 1, 26-38.


La primera referencia a la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, procede de San Sebas del siglo V. También San Ildefonso, arzobispo de Toledo, estableció esta fiesta en España en el siglo VII que en el reino visigodo se celebraba el 18 de diciembre.

En los locutorios de los conventos, y la gran mayoría de los que acuden a confesarse, comienzan con el saluda de “Ave María Purísima” y se les responde “sin pecado concebida”. Murillo lo plasma en 27 representaciones. El rey Carlos III, propuso a las Cortes Españolas que la Inmaculada fuera declara Patrona de España y de todas sus posesiones.

Dios no puede estar donde hay contaminación de pecado, menos aún tomar sangre y cuerpo en un Cuerpo que el pecado hubiese tocado. Así, Dios, hizo a María la toda pulcra, la única criatura libre del Pecado. No es exageración, es pura lógica. Dios toma cuerpo en un Cuerpo jamás contaminado. “¡Nada hay imposible para Dios!”.

  • ¿Quién dice que el Paraíso no es posible?
  • ¿Quién dice que la Civilización del Amor es imposible?
  • ¿Quién dice que no se puede acabar con el hambre?
  • ¿Quién dice que el hombre es el lobo del hombre?
  • ¿Quién dice que la Esperanza es una quimera?

Si miramos al Virgen María, si la oímos decir al ángel, si. Si la vemos ponerse en camino, cruzar montañas para ser sierva de su parienta Isabel. Si la oímos diciéndole a su Hijo en la boca de Caná, que tiene que hacer algo para que no falte el vino. Si la vemos sufriente, pero serena al pie de la cruz en la que muere su Hijo… si oímos y vemos a María quedamos convencidos de que todo es posible si dejamos que Dios actúe en nosotros y a través de nosotros.

Ser la mano invisible de Dios.

Era un frío de diciembre en Nueva York… Un niño de diez años estaba parado frente a una tienda de zapatos en el camino, descalzo, apuntando a través de la ventana y temblando de frío.

Se acercó una señora al niño y le dijo: “Mi pequeño amigo, ¿Qué estás mirando con tanto interés en esa ventana?”. “Le estaba pidiendo a Dios que me diera un par de zapatos”, fue la respuesta del niño. La señora lo tomó de la mano y lo llevó adentro de la tienda, le pidió al empleado que le diera media docena de pares de calcetines para el niño. Preguntó si podría darle un recipiente con agua y una toalla. El empleado rápidamente le trajo lo que le pidió.

Ella se llevó al niño a la parte trasera de la tienda se quitó los guantes y le lavó los pies al niño, y se los secó con la toalla. Para entonces el empleado llegó con los calcetines. La señora le puso un par de los calcetines al niño y le compró un par de zapatos. Juntó el resto de pares de calcetines y se los dio al niño. Ella acarició al niño en la cabeza y le dijo: “¡No hay duda, pequeño amigo, que te sientes más cómo ahora!”. Mientras ella daba la vuelta para irse, el niño la alcanzó de la mano. Mirándola con lágrimas en los ojos, contestó con estas palabras: “¿Es usted la esposa de Dios?”.

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