domingo, 14 de diciembre de 2014

La homilía de Don Julián para el domingo 14 de diciembre, 3º domingo de Adviento

. 14 Diciembre. 3 Adviento. Jn 1, 6-8, 19-28.

“Desbordo de gozo con el Señor” (1ª lectura)

“Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador” (Salmo)

“Estad siempre alegres” (2ª Lectura)

“Yo soy el Mesías” (Evangelio).

¿Recuerdan cómo comienza nuestra Redención? Un Ángel se le presenta a una joven Nazarena llamada Miriam y le dice: “Alégrate” y el último libro de la Biblia, el Apocalipsis, termina: “Alegraos, cielos, y los que habitáis en ellos”.

Así que, los cristianos tenemos firmes y verdaderos motivos para estar alegres y también para ser fuentes de alegría y esperanza para todos los pueblos. Pero ¿y por qué muchas veces ni estamos alegres y menos somos fuentes de alegría? Por qué no somos humildes como Juan el Bautista. Humildes para reconocer que nosotros no somos “mesías”, ni somos la Palabra de Dios, sino que somos sólo su voz, los portadores de su alegría y de su Palabra.

Los primeros cristianos se reunían para la fracción del pan, para la Eucaristía. Pero lo hacían “con alegría y sencillez de corazón”(Hech 2, 44-46) ¿Venimos a Misa con alegría y sencillez?

  • La humanidad sin alegría, cae en el pesimismo.
  • La alegría sin humildad, cae en el narcisismo.

¿Somos alegres y humildes?

Si queremos ser buenos discípulos de Cristo tenemos que ser su voz, su mensaje, sus obras y hacerlo con el mayor amor y sin soberbia.

En algún sitio leí que en la casa de Dios, y también en la Iglesia, no vale nada ser profesionales. Lo que realmente vale es ser testigos de Cristo. ¿Por qué este Papa, Obispo, Sacerdote, padreo madre de familia, anciano o joven y hasta un niño son buenos y son espejos de Dios?

Porque son testigos de Jesucristo.

Muchos políticos o gente sencilla, suelen decir: “No estamos para fiestas, no tenemos motivos para la alegría”. Los cristianos debemos responderles que sí tenemos motivos: ¡El Amor de Dios jamás nos falta y Cristo nos salvó de la muerte eterna!

El rabino Hugo Grynn fue llevado a Auschwitz con su familia cuando era un niño. Una noche fría de invierno el padre de Hugo reunió a la familia en un barracón. Era la primera noche de la fiesta de Januca, fiesta judía de las luces (Celebrada durante ocho días, conmemora la derrota de los helenos y la recuperación de la independencia judía a manos de los macabeos sobre los griegos, y la posterior purificación del Templo de Jerusalén de los iconos paganos, en el siglo II a. C.) Hugo contemplaba con horror cómo su padre cogió la última manteca que les quedaba y la convertía con una tira de sus harapos en una vela. Papá no, gritaba Hugo. Esa manteca es el último alimento que nos queda. El padre encendió la vela y dijo: “Hijo mío, podemos vivir muchos días sin comida. No podemos vivir un minuto sin esperanza. Esta luz representa la esperanza. No dejes que dentro de ti se apague la esperanza”.

Adviento es la luz que nos recuerda que nunca debemos quedarnos sin esperanza.

Dios no quiere que su Iglesia sea una nevera para conservar una piedad sin frutos. Lo que Dios quiere es una Iglesia encubadora de luz, luz para todas las personas y más para los que están sin esperanza.

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