Sin medios
materiales, en un ambiente hostil y armados sólo con las palabras de Jesús, 72
emprenden la tarea de anunciar el Reino de Dios. Estos 72 son la imagen de la
Iglesia de todos los tiempos.
Jesús sigue
enviándonos. A usted que se siente incapaz de hablar del Evangelio a sus
familiares, amigos y compañeros de trabajo, porque tiene miedo a que lo
marginen, a que se burlen, a que le llamen rancio o lo despidan.
Nadie puede competir
con la Iglesia en bondad, en oferta de paz y amor, y por eso mismo ha sido, es
y será atacada, rodeada con la hostilidad de los que llevan en sus corazones
envidia, rencor y furia.
Si llevamos en
nuestro corazón a Jesucristo, el mal, la hostilidad y la furia se rendirán
porque Cristo venció el mal y nosotros también lo podemos hacer.
Los cristianos somos
trabajadores del Evangelio. El mundo es el campo que debemos trabajar, cultivar
y hacer que dé fruto.
Un emigrante
observaba el trabajo que realizaba una máquina trilladora: cortaba el trigo, lo
limpiaba, lo metía en sacos y metía la paja prensada en fardos. Pero se
asombraba: se desperdiciaba muchas espigas y sentía lástima y pensaba en el hambre
que quitaría con ellas.
A nosotros nos
corresponde que “no se pierda ningún hijo de Dios”. ¿Se imagina a todos los
católicos hablando a los demás del Evangelio? Cristo necesita, no sólo
discípulos sino discípulos obreros dispuestos a trabajar con alegría y bondad
los campos de las mentes y corazones.
Dice un proverbio
Hindú: “Cuando hables, procura que tus
palabras sean mejores que el silencio”. Tú que eres cristiano, si tus obras
son peores que tus palabras, guarda silencio.
No olvides: las
excusas son el camino del fracaso. El camino del éxito se basa en la
responsabilidad y en la fuerza de voluntad.
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