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Los primeros cristianos
resumieron el misterio de la Trinidad en esas palabras: el Padre es Dios, Jesús
su Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, pero no hay tres Dioses, sino un
solo Dios.
Como dice el Credo Atanasiano, "Adoramos un Dios en tres personas
y tres personas en un Dios, sin confundir las personas o dividir la sustancia
divina." Las personas son distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero la
sustancia es una: Dios.
Esta definición señala una
realidad que podemos vislumbrar, pero no capturar. Es como el sol; podemos
tener un vistazo, pero su brillo nos hace volver la mirada.
San Pablo nos dice que cuando
rezamos, el misterio de la Trinidad nos apodera.
Algunos tienen la idea que la
Trinidad fue inventada en el siglo cuarto. Pues, hoy escuchamos a Jesús
ordenando a sus apóstoles bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo. Un documento llamado el Didaché o sea Las Enseñanzas de
los Doce Apóstoles - que puede haber sido escrito tan temprano como el año 50
A.D. - dice: "Después de las instrucciones, bautizar en el nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, en agua viva (que fluye). Si no hay
agua viva, entonces bautizar en otra agua, y si hay agua fría, entonces en agua
tibia. Si no hay ni una ni la otra, derrama agua tres veces en la cabeza, en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo."
El evangelio de hoy contiene
algo inesperado. Jesús instruye a los apóstoles que bauticen en todas las
naciones en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. (Mt 28:19)
Bautizamos un niño o adulto en
el poder, la plenitud de los Tres.
Como católicos empezamos la oración en nombre de los Tres. Mientras lo hacemos,
tocamos la frente, el corazón y hombros, trazando una cruz. Para los que nos
miran de afuera, da la impresión de un ritual exótico. Pues, estamos pidiendo
algo muy grande – que el poder de la Trinidad penetre la mente, llene el corazón
y enderece los hombros. Nuestros errores pasados nos pesan – y la tarea de
adelante parece abrumadora. Pero solamente si nos olvidamos el poder al punto
de nuestros dedos. Para cumplir lo que nos queda, hagamos todo en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
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