domingo, 22 de mayo de 2016

La Homilía de Don Julián para el domingo 22 de mayo



Volver a los básicos
Los primeros cristianos resumieron el misterio de la Trinidad en esas palabras: el Padre es Dios, Jesús su Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, pero no hay tres Dioses, sino un solo Dios.
Como dice el Credo Atanasiano, "Adoramos un Dios en tres personas y tres personas en un Dios, sin confundir las personas o dividir la sustancia divina." Las personas son distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero la sustancia es una: Dios.
Esta definición señala una realidad que podemos vislumbrar, pero no capturar. Es como el sol; podemos tener un vistazo, pero su brillo nos hace volver la mirada.
San Pablo nos dice que cuando rezamos, el misterio de la Trinidad nos apodera.
Algunos tienen la idea que la Trinidad fue inventada en el siglo cuarto. Pues, hoy escuchamos a Jesús ordenando a sus apóstoles bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Un documento llamado el Didaché o sea Las Enseñanzas de los Doce Apóstoles - que puede haber sido escrito tan temprano como el año 50 A.D. - dice: "Después de las instrucciones, bautizar en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, en agua viva (que fluye). Si no hay agua viva, entonces bautizar en otra agua, y si hay agua fría, entonces en agua tibia. Si no hay ni una ni la otra, derrama agua tres veces en la cabeza, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo."
El evangelio de hoy contiene algo inesperado. Jesús instruye a los apóstoles que bauticen en todas las naciones en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. (Mt 28:19)
Bautizamos un niño o adulto en el poder, la plenitud de los Tres.
Como católicos empezamos la oración en nombre de los Tres. Mientras lo hacemos, tocamos la frente, el corazón y hombros, trazando una cruz. Para los que nos miran de afuera, da la impresión de un ritual exótico. Pues, estamos pidiendo algo muy grande – que el poder de la Trinidad penetre la mente, llene el corazón y enderece los hombros. Nuestros errores pasados nos pesan – y la tarea de adelante parece abrumadora. Pero solamente si nos olvidamos el poder al punto de nuestros dedos. Para cumplir lo que nos queda, hagamos todo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

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