domingo, 1 de noviembre de 2015

La Homilía de Don Julián para el domingo 1 de noviembre

La vida ofrece una sola tragedia: No llegar a ser santo. Un santo es alguien que logra alegría en la tierra poniendo a Dios por encima de todo y abre su alma a la alegría eterna con Dios.


Un cuento sobre San Francisco: Un día él y el hermano Leo, conversaban mientras iban de pueblo a pueblo. Hablaban de qué sería la alegría perfecta. El Hermano Leo llevaba suficiente tiempo con Francisco para saber que la alegría perfecta es más que una buena comida y una botella de vino. Sugirió otras posibilidades:
1.- Predicar un sermón con el resultado de que la gente cambiara su vida. Pero Francisco dijo que eso no sería la alegría perfecta.
2.- Sanar a los enfermos y echar demonios. Pero Francisco dijo que eso no sería la alegría perfecta.
3.- Tener a cien hermanos viviendo en harmonía con una misión común. Pero Francisco dijo que eso no sería la alegría perfecta.
Mientras caminaban, el Hermano Leo trataba de pensar qué sería la alegría perfecta. Cayó la noche y llegaron a un monasterio. Tocaron la puerta y preguntaron si podían pasar la noche. Pero el portero dijo, "No, vosotros sois frailes falsos, que pretendéis vivir de la bondad de otros." El hermano Leo empezaba a protestar, pero Francisco dijo, "Agradécelo, hermano Leo, porque nos ve como Dios nos ve." Empezaba a llover y el hermano Leo tocó la puerta desesperadamente. El portero abrió la puerta. En su mano tenía un palo: "Dejen de molestarme, frailes falsos." Y les dio con el palo.
El hermano Leo y San Francisco cayeron en el lodo. Mientras estaban helados, mojados y hambrientos, Francisco dijo al Hermano Leo: "es la alegría perfecta".
Este cuento, a pesar de tener elementos de leyenda, muestra lo que Jesús nos dice hoy: "Bienaventurados los pobres...Bienaventurados los que tienen hambre y sed...Bienaventurados cuando os insultan y os persiguen a causa de mí. Alegraos porque vuestro premio será grande en el Cielo."
Jesús, como San Francisco, nos enseña el camino a la santidad, la alegría perfecta, en vernos como Dios nos ve. Lo que sucede es que Dios siempre nos ve como hijos, y no como frailes o hijos falsos.
Un santo es alguien que logra alegría perfecta en la tierra poniendo a Dios ante toda comodidad, honor o satisfacción y así abre su alma a la alegría eterna con Dios.
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