lunes, 29 de junio de 2015

La homilía de Don Julián para la solemnidad de San Pedro y San Pablo

SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO
Celebramos hoy la fiesta de San Pedro y San Pablo, dos personas ordinarias transformadas en personas extraordinarias por la gracia de Dios. Pedro y Pablo forjaron los principios básicos por los que aún vivimos hoy los católicos.

Pedro, el apóstol de los judíos, y Pablo, el apóstol de los gentiles, son el cimiento y el principio de la Iglesia.

Como honramos y celebramos a nuestros héroes civiles: presidentes, generales, poetas, estrellas del cine y del deporte…nosotros celebramos también esos hombres y mujeres que fueron fieles a Jesucristo y trabajaron incansablemente por darlo a conocer por todo el mundo. Pedro y Pablo son el número uno en esa larga lista de hombres y mujeres que vivieron en la amistad del Señor.

Predicar sobre Pedro y Pablo es predicar sobre la iglesia.

La Iglesia es como un gigantesco iceberg viajando por el mar. Lo que vemos, la punta del iceberg, no es nada comparado con lo que las aguas guardan y esconden.

Lo que vemos cada día con nuestros ojos es la institución externa: obispos, sacerdotes, feligreses, templos, titulares en los periódicos, ustedes y yo haciendo el trabajo de Cristo, pero venimos aquí para ver con los ojos de la fe el misterio interior de la presencia escondida de Cristo, para edificar nuestras vidas sobre el único y verdadero cimiento que es Cristo.

La iglesia ha conocido la gloria durante los dos mil últimos años. Y es verdad que también ha conocido la vergüenza, tiempos de persecución y de corrupción. Y no es ningún secreto que en estos últimos tiempos los escándalos la han sacudido violentamente.

Para mucha gente la Iglesia es lo que leen en la prensa. Y ésta ha saciado su hambre de escándalos y excesos con total profusión.

Lo que siempre devuelve a la iglesia la estabilidad y la renovación es la vuelta a lo básico: la vuelta a Pedro y Pablo, lo que ellos aprendieron de Jesucristo y nos entregaron.

La pregunta más importante que Pedro tuvo que contestar a lo largo de su vida fue la pregunta eterna: ¿Quién dice la gente que soy yo?

"Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios Vivo".

Desde entonces hay una conexión entre Jesucristo y la iglesia, entre Jesucristo y Pedro, entre Jesucristo y los doce apóstoles y todos nosotros.

La identidad de la iglesia está enraizada en la confesión de Jesucristo como el Hijo del Dios viviente. Y estamos aquí para hacer la misma profesión de fe y así conectarnos con la parte escondida del iceberg: Jesucristo.

Pablo nos invita hoy, a pesar de todo, a competir bien, a completar la carrera, a guardar la fe en Jesucristo.

En esta fiesta de Pedro y Pablo tenemos que reconocer que hay muchas cosas buenas en la iglesia: muchas vidas heroicas, oración profunda, servicio generoso, hermosas tradiciones…

¿Una iglesia atormentada? Sí. ¿Escándalos? Sí. Esa es la parte triste de la punta del iceberg. Pero debajo, en lo profundo, hay una iglesia con vida, con perdón, con buenas noticias, una iglesia orante. La iglesia de Pedro y Pablo está herida y siempre lo ha estado, incluso en tiempo de los apóstoles, pero está viva y luchando por hacer el bien a todos.

El Cristo por el que Pedro y Pablo dieron sus vidas sigue animando y fortaleciendo a todos los creyentes de hoy.

"A veces me avergüenzo de la iglesia. A veces me avergüenzo de mis hermanos cristianos y casi siempre me avergüenzo de mi mismo, pero nunca me avergüenzo de Jesucristo, el Hijo de Dios vivo. Dios no depende de los líderes maravillosos, inteligentes y atrevidos, depende de su iglesia, que es nosotros".




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