domingo, 26 de abril de 2015

La homilía de Don Julián para el 4º domingo de PASCUA, 26 de abril de 2015


4 Pascua.26 abril. Jn 10, 11-18

¿Tenemos a Jesús como nuestro guía, como el Pastor que nos guía a prados de vida eterna?

Un sacerdote estaba pensando dejar su parroquia. Estaba cansado de conflictos, cosa que le debilitaba. Fue a un monasterio para reflexionar. Una mañana mientras se revestía para celebrar la misa ante una gran ventana, un ciervo solitario se acercó. Los ojos grandes del ciervo eran tristes. Se preguntó: “¿Estará triste por estar solo?”. Y este encuentro le hizo pensar que, más allá de las personas dándole problemas, la gran mayoría le necesitaba. Así que volvió a su parroquia.

Recordemos que Jesús nos compara con ovejas, no tan fuertes y solitarias como los ciervos, pues a pesar de sus ojos tristes pueden sobrevivir por su propia cuenta. Al contrario que las ovejas. Si una oveja se separa de su rebaño y del pastor, no durará muchas horas.

«Karol Wojtyla me salvo la vida al final de la Guerra Mundial»

El testimonio de una mujer judía que estuvo a punto de morir a los 16 años «Me acuerdo perfectamente -revelaba en aquella ocasión Edith Zirer, de 69 años, una mujer judía - me encontraba allí, era una niña de trece años, sola, enferma, débil. Había pasado tres años en un campo de concentración alemán, a punto de morir. Y Karol Wojtyla me salvó la vida, como un ángel, como un sueño venido del cielo: me dio de beber y de comer y después me llevó en sus espaldas unos cuatro kilómetros, en la nieve, antes de tomar el tren hacia la salvación». Edith Zirer narra el episodio como si hubiera sucedido ayer. Era una fría mañana de primeros de febrero de 1945. La pequeña judía, que todavía no era consciente de ser el único miembro de su familia que sobrevivió a la masacre nazi, se dejó llevar en los brazos de un seminarista de casi 25 años, que unos meses antes ya había recibido la ceremonia de la tonsura, alto y fuerte, que sin pedirle nada, simplemente le dio un rayo de esperanza.

La narración habla por sí misma. «El 28 de enero de 1945 los soldados rusos liberaron el campo de concentración de Hassak, donde había estado encerrada durante casi tres años trabajando en una fábrica de municiones -explica Edith, quien entonces tenía trece años-. Me sentía confundida, estaba postrada por la enfermedad. Dos días después, llegué a una pequeña estación ferroviaria entre Czestochowa y Cracovia». Precisamente en Cracovia, Wojtyla se preparaba para recibir la ordenación sacerdotal.

«Al llegar al final de mi viaje, me eché por tierra, en un rincón de una sala donde se reunían decenas de prófugos de los campos de concentración. Wojtyla me vio, vino con una taza de té, la primera bebida caliente en las últimas semanas, y un bocadillo de queso, con pan negro polaco. Yo no quería comer, estaba cansada. El me obligó. Después me tomó en sus brazos y me llevó al tren.

Mientras tanto la nieve seguía cayendo. Recuerdo su chaqueta marrón, la voz tranquila que me reveló la muerte de sus padres, de su hermano, la soledad en que se encontraba, y la necesidad de no dejarse llevar por el dolor y de combatir para vivir. Su nombre se grabó indeleblemente en mi memoria».
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