viernes, 3 de abril de 2015

La homilía de Don Julián para el Viernes Santo, 3 de abril de 2015

Es día de silencio? ¿Por qué no suenan las campanas? ¿Por qué nuestros cánticos son mortuorios? El grano de trigo encerrado en tierra será espiga.

¡No es un sueño!

Los esclavos del pecado… recobran la libertad. Las almas y los cuerpos vuelven a recobrar el Cielo eterno.

Un día Federico el Grande, rey de Prusia, visitó una escuela primaria. En ella estaba el maestro dando clase de geografía. El rey preguntó a los alumnos:
"¿Dónde se encuentra Prusia?
"En Alemania"
"¿Y Alemania?"
"En Europa"
¿Y Europa?"
En el mundo
¿Y el mundo?

Uno de los niños contestó: "Majestad, el mundo se encuentra en las manos de Dios".

¡Estábamos en las manos del pecado y a partir del primer Viernes Santo, estamos otra vez como en el Paraíso, en las manos de Dios!

¡Jesús, estamos en tus manos! ¡Jesús, no nos dejes de tus manos!

Y para que volviéramos a las manos de Dios, Jesús se ofrece como víctima. Y desde entonces cientos de miles de sus seguidores, en el pasado y en el presente, son asesinados como si su sangre fuera necesaria, sangre semilla de nuevos cristianos.

Una leyenda dice que Dios bajaba todos los días por una escalera para caminar y conversar con Adán y Eva por el jardín del Edén. Pero el día que desobedecieron y pecaron, Dios retiró la escalera y nunca más las usó. Así que el cielo y la tierra quedaron incomunicados. ¿Qué hizo Dios? Qué puso a su Hijo como escalera de amor y salvación. Jesús es la escalera, bajó por la escalera del amor de Dios creador y por amor, muerte y resurrección puso una escalera para todos los hombres puedan, en libertad, subir hasta los brazos de Dios.

La Iglesia, con los sacramentos instituidos por el mismo Cristo, nos fortalece y acompañan para seguir a Cristo y por su sangre derramada y su Resurrección subir al Cielo. ¡Jesús es nuestra escalera!
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén.
 
                                                          oooOOOooo

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