Ascensión. 1 Junio. Mt 28, 16-20.
A los 40 días de su Resurrección y de
presentarse o dejarse ver por más de 500 discípulos, Cristo
asciende al Cielo. ¿Nos deja abandonados? Si subió al cielo,
¿ya no está en la Tierra, estamos solos, abandonados? Jesucristo es
Dios y Dios está en todos partes: “Yo estoy con vosotros todos
los días, hasta el fin del mundo”. Quédense con estas dos
frases: “Todos los días” y “hasta el fin del mundo”.
Así que, cristianos, fuera miedos,
fuera excusas y a ponerse en camino a anunciar a todos el Evangelio.
Y lo haremos bien si nuestros ojos miran al cielo y nuestros pies
están firmes en la tierra. La felicidad la encontramos en Dios y la
tierra nos pide que esa felicidad la llevemos y compartamos con los
demás.
¿Qué buscas entre las estrellas?
¿Buscas a Dios? ¿Buscas la felicidad? Todo, a Dios y a la
felicidad, las encontrarás si vives el Evangelio.
Las riquezas y el poder son como el
agua salada, cuanto más se beben más sed dan. Jesús es el agua
viva que calma toda sed. Contemplar a Dios en la oración, ver a
Cristo en cada pasaje del Evangelio, sentir al Espíritu Santo en
cada obra buena de los cristianos, y al mirar a cada persona ver y
sentir como Cristo los lleva a todos cogidos de la mano para que con
Él, todos ascendamos a los cielos.
- ¿Estás triste? Jesús es tu consuelo.
- ¿Nadie te escucha? Jesús te está esperando.
- ¿Nadie te ama? Siempre, Jesús, te está amando.
- ¿Sientes miedo? Jesús te lleva en sus brazos.
- ¿Te sientes pecador? Jesús, con su perdón, te está esperando.
Mira al cielo y pregúntale a Cristo
si ha abandonado la Tierra, si nos ha dejado solos, y escucharás
como te dice: “¡Ahora no me ves como cuando anduve por Galilea,
pero estoy dentro de ti y de los hombres tus hermanos!”. Así que
abre bien los ojos, no pase de lejos ante los demás, seguro que
Cristo te está esperando para abrazarte, pero a través de los
abrazos de las personas que se cruzan en tu vida.
Cuando
don Juan de Austria, después de la batalla de Lepanto, arribó, al
frente de su victoriosa escuadra, al puerto de Mesina, llevando a
remolque amarradas a sus popas, como botín de guerra, cerca de
doscientas galeras arrebatadas al poder de los turcos, y como trofeo
insigne más de trece mil cristianos rescatados de la esclavitud de
los remos, el recibimiento que se le hizo fue sobre toda ponderación
indescriptible. Su entrada en la ciudad fue extraordinariamente
majestuosa; su paso por las calles, una no interrumpida y delirante
ovación. Arcos de triunfo, salvas de cañones, repiques de campanas,
vítores y aplausos de las muchedumbres, colgaduras e iluminaciones,
músicas y regocijos. Todo parecía poco para festejar al héroe de
Lepanto, y festejar el triunfo sobre la Media Luna. ¿Y qué tiene
que ver el triunfo de don Juan de Austria con el triunfo de Cristo?
¿Y qué comparación entre aquellas aclamaciones de los mortales y
los eternos cantares de los ángeles?
Símbolos.
Como el sol levanta de la tierra los vapores y con sus brillantes
rayos los convierte en nubes las más hermosas; en cierto modo hizo
otro tanto el sol de la divinidad de Jesucristo: levantó de la
tierra su humanidad, convirtiéndola en admirable hermosura con su
virtud (san
Justino).
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