32 T.O.
(10 Noviembre)
Lc 20, 27-38
“No es Dios de
muertos, sino de vivos”
Nos preocupamos por lo que ocurrirá cuando estemos en el
Cielo y nos despreocupamos de lo que hacemos en la tierra.
Un día nos anestesian y nos despertamos de la anestesia en
un tren a toda velocidad. ¿No preguntaríamos qué hacemos en el tren? ¿No
preguntaríamos de dónde venimos y a dónde nos dirigimos? ¡Sí, lo preguntaremos
y nos lo preguntaríamos a nosotros
mismos!
El viaje más importante de cada uno de nosotros es el que va
del vientre de nuestra madre al cementerio. Pero ¿quién se hace sobre esto preguntas?
¿Quién se pregunta de dónde viene y a
dónde va?
Ante la pregunta que le hacían a Jesús en el Evangelio de
hoy, un amigo me decía, con cierta guasa: “Si yo fuese Dios a la mujer que se
hubiese casado con varios hombres la castigaría a vivir enteramente con todos
ellos. Y al hombre que se hubiese casado varias veces, le daría el castigo de
vivir con todas ellas. Después de unos años de eternidad, los mandaría otra vez
a la tierra. ¡A que se quedaban solteros esos hombres y mujeres!”
Como gracia está bien, pero la maldad no tiene cabida en el
Cielo y no debería tenerla en la tierra. La fuerza de la maldad empleémosla en
disfrutar de la vida como Dios quiere.
Nos hemos acostumbrado a verlo todo y a analizarlo todo
desde la perspectiva humana sin Dios, sin el lado de lo espiritual, de lo
sobrenatural, pero hay cosas que escapan a la técnica y a lo científico, por
ejemplo: al Amor y la Muerte. Por eso, los que tenemos fe, somos unos
privilegiados. Creer lo que Dios nos dice es un inmenso regalo.
En el Evangelio de hoy vemos que Jesús no se enfada con los
saduceos, les responde y les abre los ojos a la verdad y vida de Dios. Los
saduceos no creían en la resurrección, en la otra vida, preguntan a Jesús para
que caiga en el ridículo, pero Jesús pone luz en sus corazones ciegos.
¿Quiénes eran los
saduceos?
Los saduceos formaban un partido político-religioso en el
judaísmo desde el siglo II a.C. hasta la caída de Jerusalén el año 70 d.c.
Pertenecían a las familias sacerdotales y a la aristocracia laica.
Bajo el imperio de Alejandro Magno (35322 a.C.) hubo un
enorme empeño por helenizar y colonizar el territorio perteneciente a los
hebreos. La clase más acaudalada fue la más afectada, se dejó influir por lo
“extranjero” formando e partido de los saduceos. Eran incrédulos y relativistas
en lo oral. Negaban la existencia de los ángeles y no aceptaban la separación
del alma del cuerpo. Eran ateos prácticos aunque de ellos salían los sumos
sacerdotes. Eran orgullosos; de ahí su nombre: Sadig = justos.
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