La tradición de rezar por los muertos se remonta a los
primeros tiempos del cristianismo, en donde ya se honraba su recuerdo y se
ofrecían oraciones y sacrificios por ellos.
Cuando una persona muere ya no es capaz de hacer nada para
ganar el cielo; sin embargo, los vivos sí podemos ofrecer nuestras obras para
que el difunto alcance la salvación.
Con las buenas obras y la oración se puede ayudar a los
seres queridos a conseguir el perdón y la purificación de sus pecados para
poder participar de la gloria de Dios.
A estas oraciones se les llama sufragios. El mejor sufragio
es ofrecer la Santa Misa por los difuntos.
Debido a las numerosas actividades de la vida diaria, las
personas muchas veces no tienen tiempo ni de atender a los que viven con ellos,
y es muy fácil que se olviden de lo provechoso que puede ser la oración por los
fieles difuntos. Debido a esto, la Iglesia ha querido instituir un día, el 2 de
noviembre, que se dedique especialmente a la oración por aquellas almas que han
dejado la tierra y aún no llegan al cielo.
La Iglesia recomienda la oración en favor de los difuntos y
también las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia para ayudarlos
a hacer más corto el periodo de purificación y puedan llegar a ver a Dios.
"No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras
plegarias por ellos".
Nuestra oración por los muertos puede no solamente
ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión a nuestro favor. Los que ya
están en el cielo interceden por los que están en la tierra para que tengan la
gracia de ser fieles a Dios y alcanzar la vida eterna.
Para aumentar las ventajas de esta fiesta litúrgica, la
Iglesia ha establecido que si nos confesamos, comulgamos y rezamos el Credo por
las intenciones del Papa entre el 1 y el 8 de noviembre, “podemos ayudarles
obteniendo para ellos indulgencias, de manera que se vean libres de las penas
temporales debidas por sus pecados”. (CEC 1479)
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