Al terminar cada día
Al terminar cada día
quisiera
ofrecerte, Señor, las manos vacías
después
de haber repartido todo lo que soy y tengo
entre
tanta gente con la que me he cruzado.
Quisiera haber dejado mi corazón
repartido
entre
todos los que sufren:
unos
en el cuerpo; otros, pobres, en el alma.
Quisiera haber dejado mi palabra
entre los sordos
que
apenas si oyen hablar de ti.
Quisiera haber dejado mi mirada
entre los ciegos
que
no te ven en los pliegues de la vida.
Quisiera haber dejado mi amor a
ti
entre
los que no sienten amor ni compasión por nadie.
Quisiera haber dejado mis
caricias a los duros,
a
los que no se enternecen ante nada.
Quisiera haber transferido mi
sangre a los heridos,
a
los que lloran, a los que están hundidos.
Quisiera haberme quedado sin
abrazos
de
tantos como hubiera debido repartir.
Quisiera haber dejado hasta el
aliento
en
todos los que están como vencidos.
Quisiera terminar, Señor, mi día,
sin
nada que ofrecerte, las manos ya vacías...
Así, de esta manera,
no
tendrías, Jesús, otro remedio
que
llenarlas tú mismo con tu amor
para
empezar de nuevo, al otro día,
a
darme y repartirme entre la gente.
...
lo mismo que haces Tú.
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