Hoy iniciamos la cuaresma
(cuarentena = cuarenta días). La Iglesia nos ofrece cuarenta días para hacer
limpieza en nuestra vida. Cuando el labrador quiere sembrar un campo, antes de
poner en él la semilla, lo ara, lo limpia de toda hierba, lo abona… ¿qué
tenemos que quitar de nuestra mente y nuestro corazón? Las piedras que lanzamos
a los demás en-vueltas en calumnias, mentiras, insinuaciones, indiferencias…
Los pensamientos corrosivos como son las envidias, los rencores, ojerizas,
prejuicios de toda clase.
La Iglesia es Cristo, que sigue
viviendo en medio de nosotros. Y la Iglesia, en este día, nos señala con ceniza
en la frente mientras nos susurra: “Acuérdate que eres polvo y al polvo
volverás”, o “conviértete y cree en el Evangelio”. Lo que Cristo nos dice a
través de la Iglesia es: “No olvides lo esencial, no te entretengas todo el tiempo
con las cosas secundarias”. ¿Y qué pretende Cristo y su Iglesia con este
recuerdo? Evitar que por olvido o apegados a las cosas secundarias perdamos la
vida eterna.
¿Y qué herramientas debemos
usar para limpiar nuestra vida de malas hierbas? Cristo nos ofrece tres: “El
ayuno, la oración, y la limosna”. Ayunar de actitudes, palabras y obras
tóxicas. Orar a Dios pidiéndole fuerzas y su gracia para ser perseverantes en
el estilo de vida evangélico. La limosna ofrecida con amor, no dando lo que nos
sobra, sino compartiendo lo que tenemos. La limosna no consiste en dar una
propina al hermano necesitado, debe ser un acto fraternal. Que el necesitado no
se sienta humillado, avergon-zado por la necesidad de tender sus manos hacia
nosotros, como el perro hambriento que ladra pidiendo comida a su amo.
¡Qué hermoso sería que en esta
cuaresma nos libráramos de toda hipocresía! Jesús nos invita a desprendernos de
la hipocresía. Los hipócritas son falsos de corazón. Los hipócritas convierten
la religión en cumplimientos legalistas tristes. La humildad sincera siempre es
alegre.
¡Cuarenta días para acercar
nuestra vida a Jesucristo! Sin Cristo la vida de las personas se desmorona.
En un templo de Nuremberg
(Alemania) hay un célebre monumento funerario, el de san Sebaldo. Un escultor y
sus cinco hijos trabajaron en él durante 13 años. En el monumento hay
muchísimas figuras del Antiguo y Nuevo Testamento. Cada figura es una estatua
aparte, un bloque separado. A los ojos se les escapa qué las une. Hay una
estatua de Cristo en el Centro encima de las demás y está fijada mediante un
tornillo. Si se desenrosca el tornillo y se quita la estatua de Cristo, caen de
su sitio todas las demás figuras de bronce y el bello monumento queda reducido
a un montón de “escombros”.
¿Tenemos aún nosotros a Cristo en nuestra mente, en nuestro corazón, en
nuestras obras o ya quitamos el tornillo de la gracia y nos hemos quedado
reducidos a un montón de pensamientos, palabras y obras sin frutos, vacíos,
escombros?
No hay comentarios:
Publicar un comentario