Ayudar a corregirse. XXIII T.O. 7 Septiembre. Mt 18, 15-20.
Antes de “corregir” los defectos de
alguien debe asegurarse de que esos defectos existen, pues la gran
mayoría de las veces son proyecciones de prejuicios o manías, o
incluso deseos de humillar a quien le cae mal. Recuerde:
Una señora estaba convencida de que la
vecina de enfrente lavaba mal sus sábanas. Miraba por la ventana y
se decía: ¡Qué cochina es mi vecina! ¡Qué mal hace la colada,
con lo buena persona que es! Un día salió de su casa con intención
de decírselo a su vecina, pero al legar a la altura de las sábanas
vió que estaban superlimpias. ¿Qué misterio era éste? ¿Cómo es
que ella las había visto desde su casa sucias y ahora, minutos
después, las veía limpias? Volvió a su casa y se dio cuenta que
eran los cristales de su ventana los que estaban sucios.
¡Limpia tus ojos, tu mirada de
prejuicios antes de ir a corregir a nadie! No corrijas a los demás
si no estás movido por el amor y actúa con amor. La prudencia, el
tacto y el respeto deben estar en tus correcciones. ¡Hay que
corregir a los que actúan mal!
Sí, pero como si fuera Cristo quien lo
hace. A nadie le gusta que le corrijan, pero la corrección fraterna
es medicamento que cura. ¿Qué pensaríamos si un médico ante el
paciente con una enfermedad seria no le recetara nada o le mandase
tomar bicarbonato? Lo tacharíamos de pésimo médico. ¿Y cómo
tachamos a un cristiano que no ayuda a otra a corregirse un gran
defecto que perjudica a otros?
Que pecamos es una realidad innegable,
pero ¿quién se atreve a hablar de pecado? Si alguien habla hoy de
pecado, del mal que causa Satanás, no es extraño que alguien le
diga: “¡estás para ir a un psiquiatras,, o de juzgado de guardia
o hasta del tribunal constitucional!”. “Yo soy hipersensible y al
hablar usted de pecado es como si me maltratara”.
Limpiar nuestra mirada para ver bien a
los demás. Limpiar nuestras conductas de egoísmos que nos hacen
caer en el pecado, y sobre todo seguir hacia la meta que es la
santidad, que es ser sendero del Sendero de Cristo.
Me caí, me levanté,
sacudí mi ropa,
sonreí y comencé nuevamente.
Pasó el tiempo, tropecé,
me levanté y caí…
me levanté,
sacudí mi ropa, pero esta vez
mis rodillas sangraron,
las limpie…
y comencé nuevamente…
Si nunca hubiese caído
nunca hubiese sentido su mano
y que la alegría está a mi lado.
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