¡Fatalidad! Al rico no le agrada el consejo que le da Jesús. El cielo
no se gana por rezar muchos salmos, sino por ser alegres servidores del
Evangelio. Para heredar la vida eterna hay que desprenderse y alejarse de las
posesiones inútiles que día a día cargamos sobre nuestra alma y corazón. ¿Y qué
son esas “posesiones inútiles”? Todo lo que nos aleja de Dios.
Todo lo que nos
impide vivir el cristianismo con sencillez y alegría.
Joseph, veterano de la Guerra Civil de Estados Unidos se casó, pero en
menos de un año su esposa lo dejó y se divorció de él. A Joseph le dio por la bebida durante diez años. Un día le dio por
leer la Biblia y se convirtió al catolicismo, y tres años después, llegó a la
isla de Molokai, Hawái, para ayudar al Padre Damián en el cuidado de los leprosos.
Sirvió a los leprosos cuarenta y cuatro años hasta su muerte. Y es que quien
vive con el corazón abierto a Dios puede hacer de su vida una maravillosa
odisea.
Sabemos que la vida eterna es un regalo que Dios nos ofrece, no porque
nosotros podamos comprar por muy buenas obras que hagamos. Pero las buenas
obras son muestras palpables de decirle a Dios que agradecemos su ofrecimiento
y que nos esforzamos en ser buenos discípulos de Cristo, porque si una persona
tiene hambre y no la atendemos, ¿no estamos cerrándonos a la gracia que Dios
nos ofrece? ¿Puede haber Fe donde no hay caridad, donde no hay amor?
Un fraile estaba descansando bajo un árbol. De pronto llegó un
asaltante y le dijo:
-
“Dame la piedra preciosa que llevas”
El sacerdote la extrajo de su bolsa y se la dio. Era un diamante.
El asaltante se alejó lleno de orgullo. ¡Era rico! Pasó la noche dando
vueltas, incapaz de dormir. Pensaba:
-
Quizás
me la roben. O incluso me maten para robármela. El miedo lo invadía.
Así que regresó en busca del fraile y le dijo:
-
Te
obligo a que me des la riqueza y la paz que te permitió a ti deprenderte del
diamante y vivir como rico. Y te devuelvo el diamante.
La paz de espíritu y de conciencia vale más que todas las riquezas
materiales, así que desprendámonos de toda riqueza superficial, que son alas de
plomo o de cera que no nos permiten volar o caminar tras Cristo, y seremos
libres y felices.
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