IV domingo cuaresma. 30 marzo.
Jn 9, 1-41
El ciego dijo: “Creo, Señor”. Y
se postró ante Jesús.
¿Creen los cristianos en Aquel que
dicen creer?
El cristiano que cree con firmeza va
creciendo en su fe hasta descubrir y ver en Jesucristo a Dios mismo
que lo llama con amor.
Dios rechazó al rey Saúl y le dice a
profeta Samuel que “ha escogido a otro rey según su corazón”.
¡Ser cristianos “según el corazón de Dios”!
Fíjense. Los enemigos de Cristo ven en
Cristo un pecador, pero el ciego les dice: “Si éste no viniera de
Dios, no hubiera tenido poder para curarme a mí, ciego de
nacimiento”. El ciego no sólo recobró la vista en los ojos de la
cara, sino también en los ojos de la fe.
Este ciego encontró la vista, encontró
la liberación. Antes era ciego y temía a los poderosos. Ahora ha
recobrado la vista y con valentía se enfrenta a los que acusan a
Jesús de ser pecador. ¿No nos sentimos nosotros identificados con
este ciego?
¡No podemos ser ciegos y cobardes ante
las injusticias de este mundo egoísta!
En el Bautismo, Dios abre nuestros ojos
y nos otorga la gracia santificante. Un Sacramento es un signo
visible de una realidad invisible.
Es un encuentro con Jesús que quiere curar todas nuestras cegueras.
Es un encuentro con Jesús que quiere curar todas nuestras cegueras.
¿De qué sirve venir a comulgar si
nuestra conciencia no ha descubierto que en la hostia consagrada,
allí, en el sabor de trigo se esconde la presencia infinita de
Jesucristo?
En el Bautismo se nos perdona el pecado
original y también se nos incorpora como miembros vivos de Cristo
que forman el Nuevo Pueblo de Dios que es la Iglesia.
Cristo dio luz a los ojos del ciego.
¿Le pedimos nosotros que nos dé luz para ver la belleza de su amor,
para descubrir la belleza de fe, esperanza y caridad que habitan en
nuestros prójimos?
¡Quien no se deja amar por Dios, se
dejará esclavizar por el Diablo, príncipe de la oscuridad!
Confesión de un pastor protestante
En el diario íntimo de un pastor
protestante se encuentra esta bella confesión: "Yo creía como
buen protestante, que la Iglesia era una pantalla que me estorbaba en
mis relaciones con Cristo, y por eso rechazaba a la Iglesia con su
institución del Romano Pontífice, de sacramentos. Todo eso me
parecía algo falso. Pero ahora, que soy católico y he comprendido
que la institución Iglesia, los sacramentos de la Iglesia son
precisamente los instrumentos de Cristo para darme su verdad y su
gracia, comprendo la necesidad de la Iglesia y por eso me he hecho
católico para poder contar con esos sacramentos de la Iglesia y
saber que en cada sacramento de la Iglesia es la mano de Cristo".
Es la mano de Cristo, la del confesor que en el confesionario me
dice, haciendo una cruz: "Yo te absuelvo de tus pecados";
la mano del obispo, que imponiéndose sobre el joven hace descender
en la confirmación, la fuerza del Espíritu Santo; la mano del
sacerdote que unge al moribundo, es la mano de Cristo que está
ungiendo para el viaje eterno a aquel peregrino de la eternidad que
ya sale de esta historia. ¿Qué es cada sacramento?: una acción de
Cristo sobre mi propia vida, participándome vida de Dios. Estimemos
los sacramentos, hermanos, y estimemos, sobre todo, el gran
sacramento que fue nuestro Bautismo.