Asunción de la Virgen (15 Agosto)
Lc 1, 39-56
“A los humildes
enaltece”
Quizás para algunos especialmente los protestantes, el papel
de la Virgen María no fue tan “determinante” como proclamamos los católicos,
que la veneramos, ¡no la adoramos!, como colaboradora en la obra de su Hijo
Jesús. Pero aunque se la contemple sólo como una fiel cumplidora de la voluntad
de Dios, merecería estar por lo menos a la misma altura que los profetas y
patriarcas.
Algo insignificante puede ser imprescindible una gran obra.
Un hombre, por muy héroe que sea, necesitó una mujer que lo pariera. Por eso:
●
“Si la nota dijese: una nota no hace la melodía…
no habría sinfonía.
●
Si una piedra dijese: una piedra no puede
levantar una pared… no habría casa.
●
Si una gota de agua dijese: una gota de agua no
puede formar un río… no habría mares.
● Si
el hombre dijese: un gesto de amor no puede salvar a la Humanidad… no habría
justicia, paz, felicidad (Michel Quoist).
San Juan Damasceno, el más ilustre transmisor de esta
tradición, comparando la asunción de la santa Madre de Dios con sus demás dotes
y privilegios, afirma, con elocuencia vehemente:
"Convenía que aquella que en el parto había conservado
intacta su virginidad conservara su cuerpo también después de la muerte libre
de la corruptibilidad. Convenía que aquella que había llevado al Creador como
un niño en su seno tuviera después su mansión en el cielo. Convenía que la
esposa que el Padre había desposado habitara en el tálamo celestial. Convenía
que aquella que había visto a su hijo en la cruz y cuya alma había sido
atravesada por la espada del dolor, del que se había visto libre en el momento
del parto, lo contemplara sentado a la derecha del Padre. Convenía que la Madre
de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por toda criatura
como Madre y esclava de Dios."
Según el punto de vista de san Germán de Constantinopla, el
cuerpo de la Virgen María, la Madre de Dios, se mantuvo incorrupto y fue
llevado al cielo, porque así lo pedía no sólo el hecho de su maternidad divina,
sino también la peculiar santidad de su cuerpo virginal:
"Tú, según está escrito, te muestras con belleza; y tu
cuerpo virginal es todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios, todo
lo cual hace que esté exento de disolverse y convertirse en polvo, y que, sin
perder su condición humana, sea transformado en cuerpo celestial e
incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso, incólume y participe de la
vida perfecta."
Ya desde el siglo segundo, los santos Padres presentan a la
Virgen María como la nueva Eva asociada al nuevo Adán, íntimamente unida a él,
aunque de modo subordinado, en la lucha contra el enemigo infernal, lucha que,
como se anuncia en el protoevangelio, había de desembocar en una victoria
absoluta sobre el pecado y la muerte, dos realidades inseparables en los
escritos del Apóstol de los gentiles. Por lo cual, así como la gloriosa
resurrección de Cristo fue la parte esencial y el ú1timo trofeo de esta
victoria, así también la participación que tuvo la santísima Virgen en esta
lucha de su Hijo había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal,
ya que, como dice el mismo Apóstol: Cuando esto mortal se vista de
inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: "La muerte ha sido
absorbida en la victoria."
Julián Escobar
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